Nada es lo que parece
De una forma espontanea y por ello nada bien definida, espero sacar a la luz los resultados que puedan nacer de estas paginas, una serie de notas en las que manifestar mi estado de animo y todo aquello que pudiera o pudiese ayudarme a establecer una relación, entre hechos pasados, presentes y venideros.
lo he intentado muchas veces y cuando llega la hora de plasmar mis pensamientos, no logro estar contento
con el resultado escrito, los pensamientos se acumulan en una especie de jeroglífico, difícil de poner en orden.
El lugar donde nací debía tener mas o menos estas características. Unas casas de barro adosadas a lo largo de la orilla del rio Alagón, a pocos metros el puente de hierro, que en aquella época se magnificaba en todo su esplendor.
Las casas eran propiedad de una mujer joven, conocida en el entorno como la Candela Guarra, mujer luchadora, que según las malas lenguas, pernoctaba con algún viajero que al lugar se acercase, a cambio de unos cuantos reales, la vida era muy dura. Alquilaba algunas de sus estancias, lúgubres y con olor a tierra húmeda, a las lavanderas del pueblo. Dejaban sus "avios" al atardecer y volvían al día siguiente para tenderlos en los tamujales que sembraban la orilla del rio.
A mi abuela le había alquilado una de esas estancias a cambio de algún trabajo, no remunerado, como era de uso en la época. Mi madre por aquel entonces contaba con 28 años y por las fotos que he visto parecía tener cuarenta, quedose embarazada de un noviete que frecuentaba, poseedor de algunas fincas familiares y que mas o menos contaba con unos medios de subsistencia muy superiores a los de mi madre, que solo tenia el sol, la luna y un hijo bastardo en su vientre.
Mi abuela, pobre de solemnidad, pero muy orgullosa, no permitió nunca aquella relación y así nací yo, mas pobre que el epitafio de un sin nombre y con un estigma, ser hijo de madre soltera.
Quiero dedicar esta historia al recuerdo de mis abuelos, Rafael y Sabina. De mi abuelo no recibí más heredad que su nombre, no llegué a conocerlo, de mi abuela el amor y cariño que me profesó hasta los últimos días de su vida.
Cada día de mi vida he tenido que arrepentirme de algo; llevo veinte años tratando de contar la historia de mi familia, posiblemente sea igual o parecida a tantas otras, pero para mi, creo que es bastante peculiar.
Mucho tiempo renegando de mi fe, de la fe de mi madre, de los míos, he llegado a la conclusión que todo es un estado de animo.
El egoísmo personal nos hace pensar que si Dios no nos da, aquello que pedimos, automáticamente renegamos de su existencia, es una actitud muy propia de los seres humanos.
Leo el génesis y me replanteo mi propio planteamiento. Si Dios nos diese todo aquello que todos y cada uno de nosotros le pide, el mundo seria un caos, que ya lo es y la petición del uno no correspondería a los deseos del contrario.
Creo que los verdaderos hombres y mujeres de fe, son aquellos que no piden nada a cambio, el amor, se debe dar sin condición.
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