viernes, 19 de octubre de 2012

Mi perra trujillana y Pedro Paramo

Mi perra trujillana y Pedro Paramo  


La primera vez que fui a los toros me hice pis. No por el cruento drama de la lidia, sino porque tenía cinco años y me dio vergüenza decirle a mi padre que no aguantaba. Él y yo de la mano fuimos a la Monumental de Barcelona. Aún añoro la para siempre perdida sensación de seguridad que proporciona la mano de un padre cuando todavía pensamos que el nuestro es único- y lo es- y que a su lado nada malo ocurrirá. Mucho antes de que la vida me enseñara que también los padres sufren la enfermedad, la vejez y la fragilidad, aquella mano poderosa era el parapeto de estabilidad y paz tras el que crecí. De aquella tarde no recuerdo ni el albero del ruedo, ni la gracia del pasodoble, ni el colorido festivo, ni la gloria de los toreros, ni la belleza del lance.

A la salida, se me escapó el pis. Mínima, entre un bosque de bajos de pantalones y algún que otro delgado tobillo, mucho genio, avergonzada y enfurecida, aburrida y decepcionada por el espectáculo lejano y atroz le espeté a mi feliz padre, -¡todo ha sido por tu culpa!- y rabié ante sus carcajadas, sin comprender él mi drama ni yo su risa.

Desgraciado estreno en la tauromaquia. Después me volví aficionada forzosa tras largas veladas ante la televisión cuando los hermanos escenificábamos la lidia, uno torero, otro toro y otro picador entre la sonora voz de Matías Prats. Algún jarrón murió con el trasiego y algún cristal jugando al fútbol. Fútbol y toros. Franquismo. Eso decían. Se murió Franco… y ya ven. Ni el Papa de Roma, ni los reyes ilustrados pudieron con los toros y pese a Jovellanos, Larra o Martín Santos, con todo su arte y su parte, ni Goya, Lorca, Alberti, Picasso, Gerardo Diego o Hemingway, con su suerte y su muerte, hubieran sido ellos sin la Fiesta. Por no hablar de Bizet o Blasco Ibáñez.

Ahora, cuando oigo a tanto cursi igualar el dolor humano con el del toro-¡qué terrible instrumento de tortura es el anzuelo, que nos proporciona la heroica y sabrosa merluza de pincho vedada (supongo) por coherencia a la santa legión de los feroces antitaurinos- acoso, tortura y ablación del clítoris en el argumentario, me espeluzna este frenesí prohibitivo tan buenista, sesgado y peligroso, que apesta como pocos a moralina inquisitorial.







*Nota del autor de este blog: 

Cuanto me hubiese gustado tener aquella mano poderosa cogiendo la mía, llevándome a los toros o simplemente pasear y sentados en un banco y en un día como hoy de otoño ventoso, sentir sus dedos sobre mi cara, acurrucarme al abrigo del viento y decirle: ¡Papá te quiero!.
No fue así, no pudo ser y nunca lo sera, no conocí esa fuerza, esa mano poderosa, ni tan siquiera la autoridad manifiesta del padre, que cuando eres niño tanto necesitas, nací solo, solo al arrullo de mi madre, como una pequeña fiera, y no nací muy fuerte porque las circunstancia que se dieron no eran buenas, hambre no pasé, pero en ningún momento llene hasta saciarme y con la debilidad aparente que siempre tuve desarrolle una fuerza interior poco común, es la que hasta hoy me ha sostenido y con ella he querido dar a mis hijos lo que nunca tuve....amor. 

A veces lo veo caminar entre la sombras, es un anciano, viejo y vencido, nos miramos a los ojos y nos decimos tantas cosas....las mas importantes se guardan en la esclavitud de mis silencios, ni siquiera a mis hijos, hoy con mi madre muerta, nada tengo que perder, aunque no se termine el suplicio, gritaré donde nadie me oiga;...¡Papa te quiero!

Ya no puedo más, no puedo, paso por la puerta de su finca, quiero entrar y no puedo, me paro en la cancela, la casa esta lejos, un enorme perro mastín percibe mi presencia, odio a ese perro, sus ladridos molestan hasta mis pensamientos.
Y me acuerdo de mi abuela cuando me cantaba de niño...El romancero de "la loba parda":

Tardecita primavera
estaba yo en mi majada
remendando mis zapatos
y aguzando mi alcayada,
vide venir siete lobos
por una honda cañada,
venían echando suertes
para entrar en mi majada.
Le tocó a la probe loba
patizumba y jorobada.
Siete güeltas dio a las redes
y no pudo sacar nada,
al cabo las ocho güeltas
quitu una cordera blanca,
- ¡Ay, mis siete cachorrillos
y mi perra trujillana!
- No tengo yo miedo alguno
de tu perra trujillana,
ni de tus siete cachorros
a mí se me importa nada,
que tengo yo mis colmillos
como puntas de navajas.

Quédate con Dios, pastor;
llevo la cordera blanca,
que tenías que matar
para el domingo de Pascua.
- ¡Ay!, mis siete cachorrillos
y mi perra trujillana,
que si me la recobráis
tendréis cena redoblada
y sin no me la cogís
la tendrís con la alcayada-.
Siete leguas anduvieron,
todas siete barbechadas;
al saltar un riachuelo
se trocaron de palabras:
- Toma tu cordera, perra,
toma tu cordera blanca.
No la hize dengún daño,
que yo te la entriego sana.
- Yo no quiero mi cordera
de tu boca maltratada,
lo que quiero es tu pellica
para el pastor la zamarra;
tus orejas pa pendientes,
pa pendientes pa las damas;
el larguero de tu cola
pa abanicar las mochachas
y tu cabeza la quiero
pal zurrón de las cucharas.

Por ello, cuando escribí sobre Pedro Páramo, todos aquellos fantasmas vinieron a mi mente y me preguntaba estoy vivo o estoy muerto o solo estoy en ese lugar inanimado, donde las sombras cobran vida para martirizar mi pobre existencia... seguía escuchando los ladridos del mastín, tenia los ojos cerrados y solo había niebla y tristeza. 

Tengo que subir hasta la tres cruces, allí tengo un pequeño local que limpiar, de paso volveré a la cancela, volveré para martirizarme, porque no seré capaz de entrar y de nuevo ladrará la perra trujillana....pero ya no habrá lobos.
....seguramente en poco tiempo estaré muerto, descansaré, descansaré.

PD. Si cuando esto pase y un buen día encuentras en la red un blog lleno de lagrimas, serán las mías y yo no estaré lejos.

Juan Rulfo se quedo sin padre creo recordar, a muy tierna edad, siete u ocho años y poco después en plena adolescencia perdió a su madre; caminamos por la vida con las cartas marcadas y todo cuanto acontece en nuestro peregrinar, es relación de lo previamente acaecido, el relato de Juan Rulfo es espeluznante y es cierto que mi empatia con el personaje es notoria, un reflejo de mi vida, sin saberlo, pues el libro fue escrito a poco de mi nacimiento, fuimos vidas paralelas en el tiempo y la forma, porque mi mundo estuvo también lleno de fantasmas, de alegorías siniestras, de un andar a ninguna parte, me duele hasta el aire que respiro, alegórica y físicamente.






...la sombra de mi madre...¡Te quiero! ¿Donde estás pajarillo, donde estas?








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