El día siguiente lo dedicaron a preparar los atillos y despedirse de las familias, habían contactado con un mulero que los llevaría hasta Cáceres, para allí coger el tren con destino Madrid, andarían lo que quedaba del día y parte de la noche, para estar de madrugada en la entonces Villa de Cáceres.
La línea de ferrocarril, que unía Cáceres con la capital de España, llevaba poco tiempo en funcionamiento, no todo el mundo podía viajar en tren, pero con mucho esfuerzo y unos ahorros, habían podido reunir el suficiente dinero para el billete, hasta su lugar de destino, Bar-le-duc, Francia.
El viaje era una odisea, en tren hasta la estación de Delicias en la capital de España y de allí a Atocha, Atocha, Irun, Hendaye, Paris, por la línea del Este a doscientos kilómetros, Bar- le-duc.
Bar-le-duc, ciudad fronteriza con Alemania, era en ese momento eminentemente maderera, rodeada de inmensos bosques, para los que se necesitaba mucha mano de obra en la tala y replantación de los mismos y una industria procedente del carbón de leña que cada día tenía mas demanda. La industria cervecera era prospera y con alta reputación, la industria metalúrgica y textil era a tener en cuenta, empresas como Bergere de France, habían dado a la villa prosperidad, con la creación del alambre tejido, la mermelada de grosella tenia renombre en Francia desde 1.344 y los negocios de confitura eran prósperos y rentables. La ciudad estaba muy bien situada estratégicamente, dos buenas comunicaciones, el canal de Marne que la comunicaba con el Rhin y el ferrocarril con Paris y Estrasburgo.
Por las guerras Franco-Prusianas de 1.870 los alemanes habían anexionado los territorios de Alsacia y Lorena como parte de Alemania, la situación geográfica por la propiedad territorial era bastante inestable.
Para alguien que era la primera vez que salía de su pueblo la aventura podía ser inolvidable. No era el caso, los tres habían estado en milicias, “la puta mili”, como ellos decían, el mas joven Luis, había participado dos años antes en el conflicto de Melilla en la ya conocida batalla del “Barranco del lobo” y como decía su madre gracias a la virgen de “Arageme” patrona de Coria, se lo habían devuelto con vida.
Los tres iniciaban una nueva aventura, un destino incierto que marcaría para siempre sus vidas.
En la gare, estación de trenes de Bar-le-duc, en la Plaza de la Republica , les esperaba monsieur Duniér, encargado de la empresa que les había contratado. Duniér, un hombretón de mediana edad curtido en los bosques, rondaría el metro ochenta de altura y cien kilos de peso, al lado de los tres parecía un gigante, una gorra tapaba su enorme cabeza, sus enormes brazos descubiertos a pesar del frío reinante, extendió sus manos para saludar a los recién llegados.
__Allo ça va bien.
Rafael lo miro con timida sonrisa y un gesto de encogimiento de hombros, sin entenderlo.
__Ah pardón excusemoi, yo hablo un poco de espagnolo. ¿Esta bien, viaje bueno?
Los tres estaban quietos, ni que hacer, ni que decir, Luis, rompió el silencio.
__No pasa na, estos son como los moros, hablan así, raro.
__¿Moros, se qua moros?
Respondió Duniér sin dejar de sonreír.
__Moros, turbante, Marruecos, África.
Dijo Luis gesticulando como un poseso.
__¿Toi moro, afriquen?__Pregunto Dunier.
¡Qué no coño, que no, yo español!__contesto Luis.
Duniér no podía sujetar la risa.__Jajajajaja, alle les enfants vamos au “boulot”
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