Una carreta les esperaba, tirada por dos enormes percherones, cuyas pezuñas median más de dos palmos, Rafael no había visto nunca caballos tan enormes, eran idóneos para tanta humedad y el mucho barro que llenaba el camino hasta los bosques. Adentrándose en el mismo, pudo contemplar la magnificencia de aquellos enormes pinos, como gigantes adormecidos esperando ser derribados, la apuesta iba a ser dura, muy dura.
Tardaron como tres horas en hacer el trayecto, unos diez o quince kilómetros los separaban de la civilización, de pronto una gran explanada se abrió ante ellos, el movimiento de hombres, mujeres y animales era evidente ante tanta soledad.
__Joder esto pinta bien__dijo Mariano, que no había abierto la boca desde que llegaron. Los tres se miraron y se echaron a reír.
__Vaya si pinta bien,__dijo Luis__ hay hasta mujeres.
__Bocazas que eres un bocazas__contesto Rafael.
Se tiraron del carro y echaron a correr como niños, el humo salía por las chimeneas de los barracones, construidos con grueso troncos unidos por la pez, para que el viento y la lluvia no penetrase en los interiores. Por fin iban a comer caliente.
En aquella inmensidad se sentían libres, olía a leña, a guiso, a vida.
Diez o doce casas de troncos se diseminaban alrededor de aquel acampado, un enorme barracón se asentaba en uno de los lados del mismo, cuadras para los caballos de arrastre, una oficina y un barracón mas pequeño para los solteros o sin familia que trabajaban en aquella pequeña comuna, una gran hoguera presidía el centro de la explanada para calentarse en los ratos de ocio y ahuyentar a los animales salvajes que poblaban los bosques, especialmente los lobos, los jabalíes deambulaban y se atrevían a entrar en el recinto, muchas veces viéndose obligados a echarlos, cogiendo de cuando en vez algún jabato para asado y regocijo de la comunidad, la caza era abundante.
Otras seis o siete pequeñas montañas de madera ennegrecida de unos cinco o seis metros de altura se distribuían en todo el contorno, estaban haciendo carbón de leña, algo que Rafael conocía muy bien.
Duniér los llamó y los llevo hasta el gran barracón donde se había dispuesto una zona llena de aperos y útiles para la tala y transporte de los pinos cortados, sogas, hachas, sierras y podones esparcidos por doquier, les enseño en que consistía su trabajo y el comienzo del mismo que se efectuaría al día siguiente, al despuntar el alba.
Les presento a los que iban a ser sus compañeros de trabajo y organizo las cuadrillas, muchos de los jóvenes se habían ido al pueblo de Loisey-Culey, era Domingo y gustaba de celebrar regando con cerveza el día de asueto.
Alsacianos con un peculiar acento alemán, italianos, algún baresiano (nativos de Bar-le-duc) polacos y una cuadrilla de jóvenes venidos de los Balcanes, componían aquella amalgama de ciudadanos del mundo.
Era como pasar el Rubicón, la suerte estaba echada y el tiempo, sin saberlo, jugaba en su contra.
La pequeña comuna de leñadores estaba ubicada al este de Bar-le-duc, muy cerca de Loisey- Culey que contaba con poco mas de doscientos habitantes, a excepción de las cuadrillas de leñadores y labriegos que habitaban en el entorno y utilizaban su proximidad para todo tipo de servicios, era el sitio mas cercano para ser atendido por una matrona o una atención medica, por cierto bastante buena para la época, lugar y situación que nos ocupa, la consulta estaba atendida por un matrimonio de médicos de origen polaco, judíos-polacos que prácticamente eran los dueños del pueblo, su fortuna según las malas lenguas ascendía a muchos miles de francos, una pequeña escuela, una iglesia con un sacerdote al que todos conocían como monsieur le curé, a pocos kilómetros hacia el oeste se encontraba Naives-Rosieres, ciudad atravesada por la carretera de la Voie Sacrée , importantísima vía de comunicación que seria factor importante en el desarrollo de la Gran Guerra y el frente de Verdun.
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