jueves, 25 de noviembre de 2010

El candil - Esta es mi historia pg.4


  Una carreta les esperaba, tirada por dos enormes percherones, cuyas pezuñas median más de dos palmos, Rafael no había visto nunca caballos tan enormes, eran idóneos para tanta humedad y el mucho barro que llenaba el camino hasta los bosques. Adentrándose en el mismo, pudo contemplar la magnificencia de aquellos enormes pinos, como gigantes adormecidos esperando ser derribados, la apuesta iba a ser dura, muy dura.
  Tardaron como tres horas en hacer el trayecto, unos diez o quince kilómetros los separaban de la civilización, de pronto una gran explanada se abrió ante ellos, el movimiento de hombres, mujeres y animales era evidente ante tanta soledad.

    __Joder esto pinta bien__dijo Mariano, que no había abierto la boca desde que llegaron. Los tres se miraron y se echaron a reír.
    __Vaya si pinta bien,__dijo Luis__ hay hasta mujeres.
    __Bocazas que eres un bocazas__contesto Rafael.
 
  Se tiraron del carro y echaron a correr como niños, el humo salía por las chimeneas de los barracones, construidos con grueso troncos unidos por la pez, para que el viento y la lluvia no penetrase en los interiores. Por fin iban a comer caliente.
  En aquella inmensidad se sentían libres, olía a leña, a guiso, a vida.
 
  Diez o doce casas de troncos se diseminaban alrededor de aquel acampado, un enorme barracón se asentaba en uno de los lados del mismo, cuadras para los caballos de arrastre, una oficina y un barracón mas pequeño para los solteros o sin familia que trabajaban en aquella pequeña comuna, una gran hoguera presidía el centro de la explanada para calentarse en los ratos de ocio y ahuyentar a los animales salvajes que poblaban los bosques, especialmente los lobos, los jabalíes deambulaban y se atrevían a entrar en el recinto, muchas veces viéndose obligados a  echarlos, cogiendo de cuando en vez algún jabato para asado y regocijo de la comunidad, la caza era abundante.
  Otras seis o siete pequeñas montañas de madera ennegrecida de unos cinco o seis metros de altura se distribuían en todo el contorno, estaban haciendo carbón de leña, algo que Rafael conocía muy bien.

   Duniér los llamó y los llevo hasta el gran barracón donde se había dispuesto una zona llena de aperos y útiles para la tala y transporte de los pinos cortados, sogas, hachas, sierras y podones esparcidos por doquier, les enseño en que consistía su trabajo y el comienzo del mismo que se efectuaría al día siguiente, al despuntar el alba.
  Les presento a los que iban a ser sus compañeros de trabajo y organizo las cuadrillas, muchos de los jóvenes se habían ido al pueblo de Loisey-Culey, era Domingo y gustaba de celebrar regando con cerveza el día de asueto.   
 
  Alsacianos con un peculiar acento alemán, italianos, algún baresiano (nativos de Bar-le-duc) polacos y  una cuadrilla de jóvenes venidos de los Balcanes, componían aquella amalgama de ciudadanos del mundo.
  Era como pasar el Rubicón, la suerte estaba echada y el tiempo, sin saberlo, jugaba en su contra.

  La pequeña comuna de leñadores estaba ubicada al este de Bar-le-duc, muy cerca de Loisey- Culey que contaba con poco mas de doscientos habitantes, a excepción de las cuadrillas de leñadores y labriegos que habitaban en el entorno y utilizaban su proximidad para todo tipo de servicios, era el sitio mas cercano para ser atendido por una matrona o una atención medica, por cierto bastante buena para la época, lugar y situación que nos ocupa, la consulta estaba atendida por un matrimonio de médicos de origen polaco, judíos-polacos que prácticamente eran los dueños del pueblo, su fortuna según las malas lenguas ascendía a muchos miles de francos, una pequeña escuela, una iglesia con un sacerdote al que todos conocían como monsieur le curé, a pocos kilómetros hacia el oeste se encontraba Naives-Rosieres, ciudad atravesada por la carretera de la Voie Sacrée, importantísima vía de comunicación que seria factor importante en el desarrollo de la Gran Guerra y el frente de Verdun.

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