Quien iba a decir que este monstruo de la escena iba a sufrir un ataque de pánico.
Hace unos días se vio en la necesidad de suspender un concierto, porque lo paralizó el miedo escénico.
Todos somos humanos y más cuando nuestras debilidades hacen acto de presencia.
Una calle siempre es una calle, llamese como se llame.
Ayer pudo ser calle Melancolía, hoy la calle del Cambio, Sabina siempre será Sabina.
Ya el campo estará verde, debe ser Primavera,
cruza por mi mirada un tren interminable,
el barrio donde habito no es ninguna pradera,
desolado paisaje de antenas y de cables.
Vivo en el número siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía.
Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido,
que viene de la noche y va a ninguna parte,
así mis pies descienden la cuesta del olvido,
fatigados de tanto andar sin encontrarte.
Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo,
ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama;
me enfado con las sombras que pueblan los pasillos
y me abrazo a la ausencia que dejas en mi cama.
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