miércoles, 2 de noviembre de 2011

Día de difuntos


Día de difuntos

Es un día gris, triste y lluvioso, es día de difuntos, eran las seis y media de la mañana, en intramuros, en la romana y mora ciudad de la Medina Cauria, en las calles pavimentadas con cantos rodados procedentes de los cercanos arenales, que circundan la ribera del Alagon, caminaba despacio en su andar cansado y peregrino, todos los días vestida de luto riguroso, se acercaba a la catedral en el comienzo de las primeras campanadas, descendía torpemente las escalinatas del atrio que daba acceso al pórtico glorioso de la nave catedralicia, no es una nave al uso la nuestra, no se sube, se desciende a una hermosa bóveda en cruz sin una sola columna, a la izquierda está el gran altar mayor, enrejado, como diócesis del obispado para significar la relevancia de los seglares burgueses y religiosos que la ocupan, al otro lado se encuentra la enlutada, va a pedir por los suyos para que el hambre y la miseria no haga mas daño en sus seres queridos, es la primera en llegar se arrodilla y de pronto una voz como salida de ultratumba la recrimina: ¿Que haces mujer... estas horas no son de vivos, que son de muertos!
La mujer lanza un grito estremecedor, deja caer la cabeza sobre sus rodillas y cae fulminada.
Hoy es día de difuntos, estuve en el cementerio, era bello y a pesar del día triste y lluvioso, resplandecía, había un halo de luz en todo el lugar, los vivos se habían acercado a rendirle tributo a los muertos.
 Yo desde aquí también rindo tributo a mis seres queridos, aquellos que nunca volverán, a mis amigos, a todos aquellos que he visto seguir el camino que los lleva al otro lado de la esencia, a un lugar donde su cuerpo permanecerá encerrado al abrigo de las cosas terrenales y donde su alma por fin, podrá volar en libertad.

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